top of page
 Luisa Cruces Gavilán - Brazos cruzados.png

Quién soy

“Podrías hacer una bio extendida”, me propuso el editor de este sitio, “para que la gente que quiera pueda conocerte un poco mejor”. No sé para qué acepté, porque ahora no sé qué poner: leo mi bio abreviada y siento que ya está todo. ¿Qué más tengo para contar sobre mí? Al final se me ha vuelto un ejercicio titánico en el que voy días trancada. “Mi biografía”, nunca hubiera pensado que yo pudiera tener una. Siempre fui un anexo de mi marido muerto. Aún ahora me ahogo cuando lo pienso. Meses, años, lustros décadas... siempre haciendo lo necesario para que él pudiera lucirse a costa mía, que trabajé como un burro de carga hasta su último suspiro. Y ahora me quedé con todo este bagaje de conocimiento –un yugo, en realidad– del que intentaré librarme, o aprender al menos a sobrellevarlo mejor, mediante el recurso de compartírselos a ustedes. Tengo 62 años; nací en 1963, en una fría mañana del 2 de septiembre en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires. A los 23 años (finales de 1986) ya era abogada: medalla de honor. A diferencia de lo que sucede con la mayoría de las familias, en la mía no había ningún abogado. Mi padre era marino mercante; mi madre una destacada médica. De ambos guardo un recuerdo entrañable. Tengo dos hermanas que viven en el exterior y con las que tengo una relación cercana, cálida. Casi en simultáneo con recibirme nos casamos con A. Hijos hubiéramos querido tener, pero el destino nos dijo no. En un momento me amargué por eso, pero tampoco me costó tanto seguir adelante. Desde las sombras. Los mío son las sombras (o lo eran hasta ahora). Durante toda nuestra vida juntos, y porque me aterrorizaba haber estudiado para nada, encontré en hacer el trabajo de A. una vía para mantenerme viva en La Gran Batalla por el Sentido en la que se convierte cualquier vida. Él hacía lo suyo, por supuesto; pero la que estudiaba, la que más sabía era yo. Era un hombre inteligente, de cultura más o menos sólida, sociable. Tenía un ego grande A., con el que me costó lidiar un buen tiempo y que al final terminé por aceptar como quien se resigna a un vecino propenso a los ruidos molestos. Se creía importante y eso a mí me generaba un sentimiento que era una perfecta mixtura de pena y ternura. En el fondo y a nuestra manera nos queríamos, pero sería hipócrita de mi parte decir que ahora lo extraño. Su muerte hace unos años me produjo un desbarajuste momentáneo, del que no me costó salir, y de nuestros casi 40 años de vida en común extraño los viajes y algunas lecturas compartidas. No mucho más. Quizás extienda esto a medida que se me vaya ocurriendo qué contar, pero por ahora es todo.

bottom of page